miércoles, 7 de noviembre de 2012

MAÑANA SERÁ OTRO DÍA de Candelaria Díaz





La madre de una familia de cuatro hijos en edades infantiles, está esperando al padre a la hora de cenar.  Se oye ruido en la puerta y entra un hombre cabizbajo y con cara de amargura.  Su mujer comprende los motivos y, frustrada, castiga a los niños sin comer y los manda a la cama.  Los niños no entienden.  El marido la mira incrédulo.
-¿Cómo va a ser eso? Démosles una infusión para que tomen algo caliente.
Después de que tomaron un agua de toronjil, los arropan, le dan las buenas noches y les piden que oren al buen Dios.
-¡Buenas noches, hijos!
-Papá, ¿por qué no vamos mañana a coger lapas y burgados y hacemos un caldo? –pregunta el hijo mayor
-De acuerdo, iremos –dijo enseguida la madre –nos iremos de excursión a mariscar.
Los niños, más alegres, se durmieron pronto.  ¡Había esperanza! con Dios y… ¡con la sopa!

IGUAL QUE AYER de Amalia Jorge Frías





Papá ha llegado a casa con cara triste.  Seguro que hoy, tampoco ha conseguido trabajo y ha tenido que regresar con los bolsillos vacíos.  

Para mamá será otro día en el que no podrá ir a comprar comida; para nosotros  –aunque hayamos sido buenos –  éste va a ser otro día en el que también nos iremos a la cama sin cenar.

OTRO DÍA de Carmen Margarita




Estoy llegando a mi casa, triste, abatido y preocupado.  Me queda que pasar un mal trago. ¿Cómo decirle, un día más, a mi familia, que no conseguí trabajo?.  Al entrar, me cruzo con la mirada de mi mujer.  Ella comprende rápidamente y enseguida manda a los niños a la cama.  Mis hijos me miran con ojitos de asombro y ante eso, yo reacciono de inmediato.
-Haz una sopa con las hierbas que hay debajo de la ventana, que hace frío.  Mientras tanto, yo les cuento un cuento a los niños.
Y ellos, con su inocencia infantil y conformista, se van contentos, poco después, a la cama, mientras mi mujer y yo nos quedamos a esperar que nos deparará el mañana.

MAÑANA de Elda Díaz





No se puede esperar a mañana.  Como madre, pienso que los padres se pueden ir a la cama sin comer, pero nuestros hijos nunca.  Si mi marido no encuentra trabajo, él se quedará con los niños y salgo yo a buscarlo, a ver si corro con mejor suerte.  Si hay que limpiar, se limpia y si no, voy a Cáritas o donde sea el caso pero, mis hijos no se acuestan más con el estómago vacío.  Esperemos que esta situación acabe rápido y que el mañana nos traiga trabajo.

COSAS DE LA CRISIS de Mary Rancel




A resultas de los criterios del déficit  y a los reajustes de la empresa, a mi esposo lo pusieron de patitas en la calle, sin tener en cuenta su situación familiar.  Cobró el subsidio de desempleo durante un tiempo, luego una ayuda, que concluyó hace ocho meses y, ¿ahora qué?.  Yo soy optimista por naturaleza y no me rindo fácilmente pero…, veo a mi marido que, desesperado, se empeña en encontrar trabajo cada día y no lo consigue.  Hoy llegó a casa –al igual que otros muchos días – muy abatido y con las manos desocupadas.  Nuestros hijos –cuatro nada menos en dos partos –comen como limas. ¡Siempre tienen apetito!.  Están vivos gracias al arroz, la pasta y las lentejas; cosas que cunden mucho y cuestan poco.  Hay ocasiones en las que protestan y en esos momentos suelo decirles siempre lo mismo.
-Tenéis que comer, hijos míos, son alimentos muy sanos.  ¡Ya notaréis como crecéis fuertes y hermosos! –aunque esto no se lo creen ni ellos, que son unos críos de ocho y seis años.
Deseo tanto infundir ánimos a mi esposo que, invariablemente, le digo:
-De  hoy no pasa, volverás a casa con un contrato de trabajo estupendo, ¡tú vales mucho! –y él siempre responde dubitativo.
-Espero que este sea mi día de suerte –y se encoge de hombros.
Esta noche es otra más en la que nos vamos a dormir sin cenar. Le he dicho a los niños
-No es bueno comer por la noche después del almuerzo copioso que hemos disfrutado.
Ellos, como de costumbre, me miran, sonríen tristemente, nos dan un beso de buenas noches y, sin replicar, se van a la cama.  Mi conciencia no queda tranquila pero, … no hay alternativa.
Pronto llegaran tiempos mejores; veo brotes verdes –pienso antes de quedar dormida.


UN MAÑANA INCIERTO de Dolores Fernández Cano



                                                                                                  

Todos los días son iguales; sufriendo entrevistas, presentando curriculum, sin ningún resultado aparente.  Soy el cabeza de familia, el padre de cuatro hijos y mi único deseo es proporcionarles una vida digna y alimentarlos honradamente. Llevo intentándolo durante ocho meses, hago lo habido y por haber para conseguirlo y nada. 
Después de una tarde de acá para allá, padeciendo, rogando y casi llorando, repitiendo que necesito trabajo urgentemente, recorro de nuevo el camino hasta casa.  Mi gran deseo es ser recibido con cariño por los míos.  Abro la puerta y sale a mi encuentro mi mujer, con una sonrisa de amargura.  Tratando de apaciguar los ánimos, le doy un beso en la mejilla al mismo tiempo que la tranquilizo con el argumento de que me avisarán para algún trabajo un día de éstos.
Al rato, pregunto por los niños, porque no los veo enredando.
-Los mandé a la cama, sin cenar, en señal de castigo, para no contarles la verdad que padecemos –contestó ella tristemente.
-Creo que no has hecho bien –le contesto –pues ellos no tienen la culpa de mi desgracia.
Aunque nuestra situación es caótica y estamos  invadidos por la melancolía y la apatía, debemos admitir que tal vez exista un mañana más venturoso
Mi esposa, resignada, se retira mascullando.
-Seguro, si tú lo dices.


FRUTA MADURA de Paula Lugo



                                                                               

Una vez, siendo  verano y estando en mi pueblo, mi madre nos  mandó a mi hermana Irene y a mí,  a coger un cesto de fruta; higos y uvas. Nosotras cogimos los higos maduritos y de regreso, el cesto se nos cayó al suelo y toda la fruta quedó regada y maltrecha.  Cosas de la juventud; a las dos nos dio por reír.  Decidimos entrar en una higuera ajena para robar los higos y volver a casa con el cesto lleno, porque en nuestras higueras no había quedado ninguno listo para comer.  Mi madre tenía visita en casa y les había prometido uvas e higos para postre.
Mi hermana y yo, entre las risas y el miedo por no encontrar más fruta, nos reíamos y llorábamos al mismo tiempo.  La encontramos y solucionamos el problema sin decirle nada a nadie sobre lo sucedido.
Ahora, ya de mayores, si que nos reímos de verdad, al recordar aquella travesura de juventud.